EL CUADERNO DE TAPAS VERDES
I
Al contestar al teléfono esta mañana, no puede evitar la sorpresa que me causó el oír la voz de Tía Leonor, y más aún su invitación a pasar con ella el fin de semana. ¿Cuánto tiempo hacía que no sabía nada de ella, que no oía mencionar su nombre, cuatro, cinco años?. Posiblemente más.
En muy pocos instantes resurgieron de lo más hondo de mi memoria los recuerdos de aquellos días de mi niñez e intentando ponerlos en orden me asomé a la ventana esperando encontrar esa mejoría anunciada por los servicios meteorológicos.
Lo que ví fue un cielo amenazando lluvia y como las hojas amarillentas de los árboles eran arrancadas de sus ramas y obligadas a danzar en todas direcciones como perdidas en la niebla de sus sensaciones, vagando con rumbo aturdido de un sentido a otro con la vaga esperanza de encontrar el sentido real a las emociones del momento, aún sabiendo que por más vagar no lo encontrarían, claro que, solo era por el placer de recorrer el camino, el sendero o la vereda que en algún momento recorren las pasiones del ahora y no las del después.
¿Qué podía esperar del otoño?, él era así, revolucionario y cambiante aunque a veces se mostrara amable y caluroso y era precisamente amabilidad y calor humano lo que deseaba para este fin de semana.
II
Recordé aquella primera vez que llegué a casa de Tía Leonor, unos grandes muros de piedra se levantaban enormes como si guardaran en su interior el mayor de los secretos. El coche se detuvo ante una gran puerta de hierro y al abrirse esta, el secreto que creía encontrar se transformó en un inmenso jardín lleno de árboles, flores y muchos caminos entre todo aquello y vi todo aquel jardín como una gran selva donde esconderme y hacer mil y un juegos.
Nos reunió a todos en el salón, en un salón que a mí se me antojaba muy grande. A decir verdad poca atención presté a todo lo que Tía Leonor decía, mis ojos no paraban de llenarse de todo cuanto me rodeaba. Ya no recuerdo lo que pasaba por mi mente de niña, pero seguro que mucho de lo que mis ideas imaginaban era más interesante que todo lo que Tía Leonor estaba diciendo. Solo recuerdo una condición que nos puso tanto a mayores como a los mas pequeños. "Podéis quedaros el tiempo que queráis, podéis hacer lo que queráis, pero por favor no subáis al desván". Que yo recuerde nadie desobedeció aquella condición de Tía Leonor, aunque en honor a la verdad he de decir que a nosotros los peques nos atraía enormemente el desobedecer aquella llamativa condición. ¿Qué niño no se siente atraído por unas escaleras que lo conducirían a un escondite perfecto?. Así y todo nadie desobedeció.
Los veranos que pasábamos en la costa, padres, tíos, primos, todos juntos en casa de Tía Leonor, para nosotros "los peques" eran días de aventuras, playa, sol, diversiones, excursiones. Para ellos "los mayores", en aquel entonces no sabía lo que representaban. Los peques pensábamos que no se divertían, pues no hacían otra cosa que sentarse en el jardín, pasear alrededor de la casa y hablar. A veces discutían, entonces Tía Leonor se unía a nosotros y participaba en nuestros juegos y aventuras. Mi única preocupación entonces era jugar y vivir aventuras, y Tía Leonor me dejaba hacerlo y aún mas tomaba parte en ellas. Contestaba a mis preguntas y me daba consejos, si me veía triste o preocupada no descansaba y me acosaba a preguntas hasta averiguar la razón de mi estado de ánimo y luego trataba de devolverle la sonrisa a mis ojos.
Sin embargo aún siendo yo tan pequeña, notaba que todo lo relacionado con Tía Leonor estaba como protegido, era algo misterioso, por lo menos esa era la sensación que me causaba. Al principio la visitábamos con frecuencia, pero a medida que iba creciendo, esas visitas se fueron distanciando en el tiempo, y las apariciones de Tía Leonor en escena ya no eran las mismas de antes, su sola presencia creaba en los demás una especie de mal humor y el ambiente se volvía como crispante, como tenso. El resto del tiempo no se sabía nada de ella, sencillamente no se mencionaba su nombre, aunque estuviese en mente de todos.
Cuándo por alguna razón se me ocurría preguntar por ella, solo obtenía por respuesta un largo silencio o un "son cosas que a tí no te interesan". Respuestas ellas absurdas y sin sentido que lo que hacían era aumentar mi confusión y que mirara a aquella mujer, con curiosidad y admiración al mismo tiempo. Curiosidad por aquello de "son cosas que a tí no te interesan", eso era suficiente para que sí me interesaran y, admiración porque era distinta al resto de la familia. Era Joven, (o sería su alegría la que la hacía aparecer jóven), para el caso da lo mismo. Sus palabras siempre estaban llenas de calor y su voz era suave como la sensación de una caricia.
Así pues, acepté su invitación, quería respuestas a mis preguntas y necesitaba hablar y sentir el calor que emanaba de sus palabras. Ya no veía a mi tía con ojos de niña. A medida que había ido pasando el tiempo, también fue creciendo en mi el incómodo hacia la familia por no querer explicarme porque de pronto y sin razón aparente nos apartamos de ella.
Yo sabía que antes de emprender su largo viaje, había preguntado por mí y al saber que me encontraba, según los demás, bien, se había ído tranquila, también según ellos. Por eso decidí no obsesionarme con la idea que rondaba por mi mente, no darle mas importancia que la que realmente pudiera tener en ese momento para mí. De esa manera fuí creciendo, estudiando, trabajando. Apartándome poco a poco de la familia, hasta llegar a no depender sino de mí misma y eso para mí era un gran descanso.
III
Llegué a casa de Tía Leonor el viernes por la tarde. Me abrió la puerta alguien desconocida para mí, me dijo que mi tía había ido a cenar con unos amigos pero que no volvería muy tarde y me mostró mi habitación.
¿Qué podía hacer para ocupar el tiempo hasta su llegada?. Deshacer el equipaje me llevó poco tiempo, así que bajé al salón y empecé a recorrer lentamente aquella casa, los escondites que buscaba cuando era pequeña, el salón que ahora ya no parecía tan grande, además de estar totalmente cambiado. Y así, poco a poco, me encontré al final del pasillo, ante la escalera que llevaba al sitio prohibido. Me quedé de pie como esperando oír una voz que me autorizara los pensamientos que rondaban por mi mente. Pero la voz y la autorización no llegaron, así que empecé a recorrer lentamente con la miraba los escalones y acto seguido mis pies siguieron la huella dejada por mis ojos, hasta que llegué a la puerta, pensé que estaría cerrada, y me habría estado bien empleado por haber desobedecido, pero para sorpresa mía no fue así, la puerta se abrió sin resistencia alguna. Y ahí, ante mi, iluminados por un débil rayo de luz que precedía de una pequeña ventana, un montón de cosas apiladas unas encima de otras,unas al lado de otras, muchas cosas, cada una de ellas con su historia, no dejaba de ser a primera vista un desván como otro cualquiera. Miré todas aquellas cosas con miedo incluso de tocarlas, todo tenía polvo acumulado, hasta que llegué a una caja de madera labrada, limpia y reluciente, que estaba sola, encima de una vieja cómoda. He de confesar que me temblaban las manos cuando al abrirla encontré en su interior una rosa disecada y algo envuelto en una tela de color azul. Aquello tenía totalmente el aspecto de un regalo, sí, un maravilloso, extraordinario y sorprendente regalo.
Busqué entre aquella cantidad de cosas un lugar dónde poder sentarme y acomodarme lo mejor posible para desenvolverlo y sentir la emoción que todo aquello encerraba, y cuando ya lo había logrado apareció ante mis ojos un cuaderno de tapas verdes. Lo abrí con la emoción que embarga el descubrir algo tan sumamente sorprendente y así pude leer en su primera página lo siguiente ...
"Hoy empiezo a escribirte, aunque no se cuantas paginas usaré de ti, pero te prometo que en algunas de ellas te trataré con cariño. Te bautizo con el nombre de Andrea."
Así de esta manera empezaba el cuaderno de tapas verdes, era el diario de mi tía Leonor y lo mas sorprendente era que había sido bautizado con mi nombre, Andrea. Esto ya me resultaba sumamente curioso. La mitad de mí decía que no siguiera adelante, pero la otra mitad me animaba a continuar curioseando en el pasado de mi tía Leonor.
Mi sorpresa fue aumentando cuándo en las siguientes paginas no encontré palabra alguna escrita, solo había una flor seca, un corazón recortado de un papel rojo chillón, unos dibujos infantiles que me costaba recordar que habían sido hechos por mí, una foto descolorida de mis abuelos, otra de un hombre de mirada limpia, apoyado en la barandilla de un barco, una carta escrita en un idioma extranjero donde unas lágrimas derramadas habían dejado su huella, una fotocopia de un billete de lotería y un "No volverás a verla" escrito en un papel amarillento por el paso del tiempo. Ese era el diario de mi tía, y el extraño pasado que había espíado en aquel cuaderno de tapas verdes.
IV
Bajé al salón a esperar su llegada, y contarle mi desobediencia y pedirle que por favor me explicara el contenido de aquel cuaderno que tenía entre mis manos.
No podía decir con exactitud el tiempo transcurrido, pero si que abrí los ojos lentamente para volverlos a cerrar y fue entonces cuando tomé conciencia de donde estaba. Era evidente que me había dormido, que el cuaderno no estaba al lado mio y que me habían tapado con una manta. Retrasé el volver a abrir los ojos porque no sabía a ciencia cierta si había sido mi imaginación o no, pero me pareció ver la punta de los zapatos de mi tía y en fracciones de segundo pasaron por mi mente no se cuantas excusas y otros tantos perdones por haber subido al desván y descubrir su tesoro. Al final decidí incorporarme y al sentarme la ví sentada en su sillón con la sonrisa en sus labios y paz en sus ojos.
Se levantó, me abrazó y me entregó el cuaderno diciéndome ...
"Guárdalo, ahora es tuyo, mañana hablaremos de ello, ahora descansa".
Me dió un beso de buenas noches y nos despedimos hasta el día siguiente.
V
Las cosas suceden cuándo tienen que suceder, cuándo nos llega el momento. Aquellas cosas que antes estaban en la niebla de mis sensaciones, de pronto las sentí y las ví con tal claridad, que me dió la sensación de estar vagando en un mundo hasta ahora desconocido, en un mundo que había estado buscando fuera de mí como si yo no estuviese en él, cuando realmente todo eso estaba dentro de mí.
Al despertarme, al día siguiente, comprendí y entendí muchas cosas, entre ellas el por qué de mi atracción hacía mi tía Leonor. Era evidente, yo la había escogido, era mi madre, y los motivos y razones que la habían llevado a separarse de mí carecían ya de importancia. habían sido sus decisiones, duras decisiones que formaban ya parte de su pasado. Ahora había que seguir en el momento y mirar hacía adelante.
Salí de mi habitación y entre en la suya. Ella aún dormía, así que me acomodé a su lado, pegadita a ella, buscando todos los abrazos y besos perdidos, y cuándo se despertó, la miré, le dí un beso y abrazándome a ella le dije ...